También he aprovechado el verano para ver otra espléndida e inolvidable exposición: la de 'Matisse, 1917-1941', con la que el Museo Thyssen-Bornemisza reivindica al Matisse más íntimo y maduro. Una muestra que incluye 74 pinturas, esculturas y dibujos que el artista realizó en el tramo central de su carrera. Un periodo injustamente despreciado por la crítica vanguardista porque Matisse abandonó su radicalismo y optó por un formato más intimo y próximo al espectador.
La mayoría de las obras no habían sido nunca expuestas en España. Su comisario ha sido Tomás Llorens, ex director del Museo Thyssen. Según explicó el conservador jefe del Museo, Guillermo Solana, era "necesario" abordar a este pintor clásico, "muy apreciado" por el público español, y centrar la muestra en los años centrales de su carrera en los que el artista tenía "pleno dominio" de sus recursos y fue capaz de crear un "microcosmos" con sus temas clásicos: los interiores, el paisaje y los jardines, los desnudos y la decoración exuberante.
En esta etapa, el artista decide aislarse en Niza y sumergirse en la investigación sistemática de las condiciones de la nueva pintura. Matisse encuentra su estilo más personal y al que, sin embargo, se le ha prestado menos atención que al comienzo o al final de su carrera.
Para Tomas Llorens, esta exposición ha reivindicado una noción de la pintura y la creación artística como "un lujo de los sentidos" pero un lujo, al fin de cuentas, "necesario" para el alma y el espíritu. La reivindicación de este lujo por parte del propio artista en 1942, cuando la mitad de Europa permanecía ocupada y destrozada por la Guerra, es para LLorens una de las claves de su obra.
La muestra, que permanecerá abierta hasta el 20 de septiembre, se estructura en seis secciones temáticas con una disposición "espaciada" y "elegante" de las obras.
Al comienzo de la exposición, se exhiben los cuadros hechos en los primeros años de su retiro a Niza (Francia). Uno de los motivos dominantes es la ventana. Según explica Tomás Llorens en el catálogo de la muestra, Matisse fue siempre "un pintor de ventanas, pero lo fue sobre todo en ese nuevo comienzo de 1918". De esta época es su famoso lienzo, 'El violinista en la ventana'.
El recorrido de la exposición continúa con una sala dedicada a la exploración del espacio exterior a través de la pintura de paisajes yjardines, vistos a veces también desde la altura de un balcón o una ventana.
En el tercer capítulo se muestran sus naturalezas muertas y se yuxtaponen a escenas de interior pintadas con las puertas o las ventanas cerradas. Las modelos se nos muestran a veces ensimismadas, a veces, durmiendo. Flores, espejos, sedas y joyas atraen la mirada del pintor. En el arabesco del pincel se esconden tanto el deseo como el desmayo o la tristeza.
En la siguiente sección, se observa cómo el pintor vuelve a la reflexión sobre el arte musulmán (textil) que, desde finales de la primera década del siglo XX, había sido determinante para su obra.
A continuación, llegamos al desnudo femenino, como el centro atención principal del pintor. El espejo le ayuda a estudiar todos los p
roblemas de la pintura. En la segunda mitad de los años 1930, Matisse refuerza su aislamiento e intensifica su dedicación obstinada a la pintura. Vuelve a la pintura de caballete, aunque dejándose contaminar ahora por la abstracción que había alcanzado en la Danza de la Fundación Barnes y en el Desnudo de espaldas IV.
Sus figuras se nos presentan cada vez más absortas en sí mismas, más nocturnas e inalcanzables. El color se hace más incorpóreo y la forma se reduce a trazo, signo que fluye. Las series de dibujos que el pintor agrupó bajo el título de'Temas y variaciones' (1942) constituyen el final de una época y de la exposición.