Ayer me reencontré con los concursos de pintura rápida. No había pintado en ninguno desde el de Murcia, antes del verano. Así que hice un paréntesis en mi tarea de pintar la ciudad de Cartagena, me cogí los artes y puse rumbo a Cazorla. Por un error en el cruce, pasé por el impresionante puerto del Santuario de la Virgen de Tiscar. Aún no eran las siete de la mañana, no había amanecido y miles de personas subían aquellas curvas sin fin, andando, iluminadas con linternas. Era, precisamente, el día de la Romería. Aquello parecía la subida interminable del Señor de los Anillos. Tardé casi una hora en atravesar 30 kms.
Sellé con el número 103 una tabla de 120 x 100 cm y me bajé al río a pintar. Fue estupendo, porque por una vez estuve todo el rato a la sombra, fresquito y descansé de paisaje urbano, de azoteas y de perspectivas... y le eché mano a los verdes, los amarillos y los naranjas (luego me dijo José Manuel Peñalver que parecía Gaugin). A las cuatro de la tarde tenía que entregar en el pueblo de Quesada, a una media hora. Cuando planté mi obra en la plaza, junto a las de los compañeros, esto era un escándalo de color entre tantos cuadros grises. Me salí de tiesto, así que no me premiaron, pero disfruté del día y del reencuentro con los pintores de la legua.
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