lunes, 13 de octubre de 2008

ALTER ARTE MURCIA 08


Como no podía ser menos, este Festival Cultural ALTER ARTE ´08 ha puesto de manifiesto que el Arte sigue vivo y que, aunque parezca increíble, el Arte Contemporáneo no nos deja indiferentes y puede causar tanta polémica como la cotidiana entre forofos del fútbol. No todo está perdido pues.
No voy a dar aquí ninguna respuesta a la que se ha montado en Murcia con lo de Leo Bassi, tal vez porque uno cada día está más sumido en los interrogantes que en las respuestas. Sólo apuntar que algo se mueve en la cultura murciana.
Este domingo 12 de octubre, a las 22.00 horas, en la Gran Vía de Murcia estuvimos inmersos en el escenario de la última aventura acústica de Enrique Máximo y el prestigioso compositor valenciano Llorenç Barber en el concierto que ha puesto punto y... ¿seguido? al Festival Alter-Arte'08.
Una armónica concertación del instrumento más representativo del siglo XX, el motor de explosión en muchas de sus variantes, con los elementos más singulares de la tradición sonora del antiguo Reino de Murcia: tambores (de Hellín, Mula y Agramón), metales y voces humanas, es decir, «la piel, el mineral y lo racional», según habían anunciado desde la Consejería de Cultura.
Durante una hora, los cuatro carriles de la calle estuvieron ocupados por otras tantas líneas de vehículos. Las dos líneas centrales para vehículos estacionados o fijos, es decir para las manifestaciones usuales de la vida cotidiana: coches de época, autobuses, camiones de basura, de limpieza viaria y turismos privados.
Los otros dos fueron para los vehículos móviles: Bomberos, Policía Local y Nacional, Guardia Civil, Protección Civil y ambulancias, que hicieron uso de sus cláxones y luces, al igual que los estacionados, y de sus sirenas de alarma. Giraron en sentido contrario a las agujas del reloj, el ascendente, para visualizar el eje vertebrador de los tres niveles de intervención musical: suelo, entresuelo y cielo, lo mismo que inmortalizó Belluga en su célebre frase al tomar posesión de la Diócesis de Cartagena. Además, grupos de coros y metales, a diversas alturas de la céntrica calle, intervinieron en la obra a intervalos previstos por el compositor.
Bicicletas y patinadores, a modo de orugas y libélulas, con su libertad y sutileza, sirvieron de contraste a la mecánica rotundidad de los motores.
Y sumándose a esto, y por encima de todo, ráfagas secuenciadas de silbidos y pirotecnia culminaron el concierto en cuatro minutos finales de ininterrumpidas series de carcasas en rojo, ámbar y verde (colores universalmente asignados a los semáforos que rigen el tráfico) que, desde el Puente Viejo y con restringido alumbrado público a lo largo de la calle para dar la idea de sala de concierto, servieron de espectacular telón de fondo y cierre de tan atrevido e irrepetible espectáculo.
Así, la clausura de Alter-Arte ha sido un multiforme carrusel que hunde sus raíces en la tradición romana del circo, se reinterpretó en el barroco a través de las naumaquias con carruajes de Piazza Navona, y ahora, en nuestro tiempo y con el precedente de la magistral zarzuela homónima de Chueca y Valverde, nos lo han presentado al veredicto del auditor/espectador, intentando poner en armónica evidencia la disputa entre el pasado y la modernidad que supuso para la medieval trama urbana de Murcia la apertura de la Gran Vía.


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