Tiene razón mi amigo Escolano: una de las experiencias más intensas de este ir de pueblo en pueblo, pintando al aire libre, es disfrutar de ese momento mágico en el que se disipan las sombras y los fantasmas de la noche, y en el horizonte el sol va apareciendose por entre las nubes, las montañas, los árboles o la inmensa llanura. El viaje se hace largo, uno va ensimismado escuchando a Dire Straits, cabilando cómo afrontar el cuadro, qué colores utilizar hoy... y de pronto la luz del amanecer parece que te recarga de energía y te despierta más que el redbull. Empiezas a sentirte como Don Quijote, sin miedo a esos gigantes que tal vez hoy pinten a tu lado. ¿Por qué no puede ser hoy mi día?
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